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La belleza que no cabe en un espejo

  • asp3020
  • 21 may 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 23 mar



Durante años, parte de mi energía estuvo enfocada en seguir el guion del “deber ser” en lo que respecta a mi belleza externa. Un guion exigente, lleno de demandas, expectativas sociales y estándares altísimos. La consigna era clara: lucir bien, siempre. Y si era posible, mejor que ayer.


Pero con el tiempo, comencé a notar algo desconcertante.


No importaba cuánto cumpliera con ese guion ni cuán bien me viera por fuera. Siempre regresaba, casi sin avisar, una sensación interna de carencia. Un vacío que no se llenaba con espejos ni halagos. Porque esa insatisfacción no tenía que ver con mi apariencia, sino con algo mucho más profundo: la desconexión con mi ser.


Vivimos en una cultura que ha puesto la belleza externa como uno de los valores más premiados —especialmente para las mujeres. Desde muy jóvenes aprendemos, de manera implícita, que vernos bien es un pasaporte hacia el amor, el reconocimiento y la pertenencia. Incluso entre nosotras, muchas veces las relaciones comienzan y se sostienen desde este lugar: la apariencia, la moda, el cuerpo.


Pareciera que hay un concurso invisible de belleza en cada encuentro social, aunque nadie se atreva a nombrarlo así. Y no es casualidad que existan —y aún persistan— concursos como Miss Universo, que celebran una imagen femenina estandarizada y superficial como símbolo de valor.


Esta dinámica, sutil pero poderosa, ha limitado la profundidad de nuestros vínculos entre mujeres. Nos ha hecho competir, compararnos, exigirnos… alejándonos del gozo de simplemente ser. Ha fracturado comunidades enteras, debilitando nuestra conexión con el espíritu y desviando nuestra energía de lo verdaderamente importante: nuestro potencial.


Cuando la conciencia colectiva se construye en torno a ideales rígidos y absolutistas, muchas quedan atrapadas sin darse cuenta. Distraídas. Encerradas en mandatos que las separan de su poder genuino.


Para mí, el punto de quiebre fue atreverme a mirar hacia adentro.

Cuando dejé de mirarme solo desde afuera y comencé a reconocer lo que había dentro, mis intenciones cobraron sentido y dirección. Y desde ese centro, nació lo auténtico. Lo esencial.


Y fue entonces cuando me permití, por primera vez:


🎂 Disfrutar de una comida completa sin culpa.🥭 Comerme tres mangos en una tarde de verano.🪩 Mover mi cuerpo sin miedo a juicios ni etiquetas.👗 Vestirme con colores, formas y texturas que se adaptaran a mí, y no al revés.🥗 Comer con hambre real, no con ansiedad.


💃 Bailar cuando lo sentía necesario.

🤷‍♀️Decidir no asistir a eventos sociales sin excusas ni remordimientos.


Y en ese espacio amplio, libre del “deber ser”, comenzó a emerger en mí una energía diferente: poderosa, con propósito, silenciosa pero firme. Una energía que nutre mi cuerpo, le da movimiento, salud y vitalidad.


Porque hay un orden en el plan evolutivo.Primero se da el desenvolvimiento y la maestría del espíritu.Y una vez anclado en verdad, es la forma quien le sigue.No al revés.


Cuando el espíritu encuentra su lugar, la forma —la belleza externa— se convierte en un reflejo coherente de ese estado interno. No como imposición, sino como expresión.

Por eso hoy te invito a darte un espacio para mirar más allá del espejo. Para reencontrarte con tu espíritu, con tu verdad, con tu voz.


Solo cuando restablecemos este orden natural, el cuerpo comienza a hablar el mismo lenguaje del alma.


Y ahí, sí… todo se alinea.


Adriana Soberon P.©️ Copyright. Todos los Derechos Reservados.

 
 
 

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