top of page

¿Estás habitando ese espacio donde lo viejo ya no vive… y lo nuevo aún no nace?


Desaparecer del mundo.

Dejar de sostener lo que ya pesa.

Dejar de explicar lo que nadie está preguntando.

Dejar de demostrar quién eres… incluso a ti misma.


Porque hay nacimientos que no suceden en el vientre, sino en el alma. Y para que esa nueva versión de ti pueda surgir, algo dentro debe morir primero.


Lo que casi nadie dice es que, antes de ese renacer, pasamos por un territorio confuso, extraño, imposible de nombrar.


Eso que llaman el limbo.


La palabra limbo viene del latín limbus, que significa “borde” o “orilla”. En sus raíces más antiguas, nombraba un lugar intermedio: ni cielo ni infierno. Un espacio suspendido, sin destino definido.


Con el tiempo, esa idea salió del terreno religioso para convertirse en una imagen poderosa del alma: el lugar donde ya no somos quienes fuimos, pero aún no sabemos quiénes estamos siendo.


Y así me sentí yo.


Por mucho tiempo me resistí. Me aferré a lo conocido, a lo que me daba sentido, a eso que yo creía que era yo.


No quería soltar.

No quería perder.

No quería atravesar esa muerte simbólica.


Porque dolía.

Porque daba miedo.


Y sin embargo… un día no pude más.

Y entonces morí.

No físicamente. Pero sí de muchas maneras.


Y fue ahí donde todo empezó a cambiar.


No fue glorioso.

No fue inmediato.

Fue un renacer desde la oscuridad.

Un regreso al mundo… siendo otra, pero sin tener aún idea de quién estaba naciendo.


Ese fue mi limbo. Un territorio sin nombre, donde lo viejo ya no estaba vivo…y lo nuevo todavía no tomaba forma.


Ya no me identificaba con lo que antes me movía.

Las metas que me ilusionaban dejaron de tener sentido.

Las conversaciones de siempre me parecían ajenas.

Y las palabras que solía usar para definirme… se me quedaban chicas.

Me sentía extraña en mis propios espacios. Inquieta en mi propio cuerpo. Vacía en medio de rutinas que antes me llenaban.


Las certezas que me sostenían comenzaron a desmoronarse, pero aún no aparecían nuevas respuestas. Era como haber salido de una casa que ya no era mia , pero todavia no tenia las llaves de la nueva.


Había soltado mis viejos trajes: la que siempre puede, la que siempre sabe, la que siempre da. Pero todavía no sabía quién era sin ellos.


Y eso, aunque se siente como nada, es en realidad el principio de algo muy profundo: el momento en que el alma empieza a desnudarse… para poder vestirse con lo verdadero.


Un espacio incómodo, ambiguo… pero fértil. Claro, solo si uno no huye de él. Porque el alma también necesita su tiempo de gestación.


Y, sin embargo, cuando estás ahí, no lo sabes. Solo sientes confusión.


Te sientes cansada, desorientada, en una pelea constante contigo misma. Eso me pasó a mí. Quería salir de ahí. Me urgía “volver a estar bien”. Y en esa urgencia no podía ver que algo dentro de mí —muy profundo— estaba muriendoy que esa muerte también era parte de mi camino.


Porque la muerte del alma no sucede de una sola vez, ni de forma lineal.


Es un proceso energético profundo, que va y viene como una marea interior.


Y para atravesarlo, no basta con resistir o entender.


Se necesita presencia encarnada: habitar tu cuerpo, volver a tu centro, permanecer en casa dentro de ti…


aunque todo parezca derrumbarse por dentro.


Pero es justo ahí donde aparece el tirano interior.


Esa voz cruel que juzga, que señala, que exige. Que dice: “ya tendrías que haber salido de aquí”,“esto no es normal”,“no estás haciendo lo suficiente”.


Esa voz que, lejos de darme paz, no me daba permiso de simplemente estar. De quedarme en ese limbo e integrar lo que aún estaba sin cerrar…para que lo nuevo pudiera tener lugar.


Hasta que un día lo acepté. Me rendí.


Me dije con honestidad: “Estoy perdida.”

Y lloré.

Lloré mucho.

Lloré por todo lo que ya no era.

Lloré por todo lo que no sabía cómo soltar.

Lloré por todo lo que no entendía.


Y en medio de ese llanto… algo se aflojó.


Fue solo entonces, cuando algo dentro de mí se relajó, cuando dejé de pelear,que pude darme permiso de verdad.


El permiso de desaparecer un rato.

De no estar disponible.

De atenderme, sin prisa, sin ruido.


Me aparté. Me cuidé.

Y me ofrecí el mismo espacio sagrado que le damos a un recién nacido: el de no tener que responder al mundo,el de necesitar contención,el de protegerme de los estímulos ajenos mientras algo en mí maduraba.


Como un bebé que aún no tiene palabras, pero guarda dentro de sí una vida entera por desplegar.


Así fue mi regreso.


Lento.

Silencioso.

Profundo.


Y hoy lo sé con certeza: volverme invisible fue necesario.


Porque hay momentos en los que lo más amoroso y valiente que podemos hacer…es retirarnos.


Honrar ese tránsito invisible.


Y darnos, como a un bebé, el tiempo y el espacio para nacer de nuevo.



Sobre este texto:


Este escrito surge de una vivencia íntima. Encontrarle sentido a lo que atravieso es parte de mi forma de habitar el mundo.Escribo para comprenderme, integrar lo vivido y dar forma a esos procesos invisibles que nos transforman desde dentro.

Comparto estas palabras con la intención de abrir una reflexión sobre ese territorio incierto que a veces habitamos —el limbo del alma—, cuando lo viejo ya no nos sostiene y lo nuevo aún no tiene forma.Un espacio incómodo, pero fértil…donde, si nos damos permiso de permanecer, puede comenzar un verdadero renacer.


Nota final: Este contenido no sustituye apoyo profesional. Si estás atravesando un momento difícil, buscar ayuda especializada en salud mental puede hacer una gran diferencia.


Adriana Soberon P.

Coach de transiciones, consteladora y facilitadora de procesos de integración cuerpo-emoción.

© Adriana Soberon P. — Todos los derechos reservados.

 
 
 

Comments


@COACHADRIANASOBERON

Suscríbete a la Newsletter de Adriana Soberón y recibe cada semana inspiración, reflexiones y herramientas para transitar cambios con claridad,  y conexión contigo mismo.

Gracias por ser parte de mi Comunidad

Subscribe tu e-mail para recibir  mis Artículos mas Recientes

  • Facebook

©2020 por Adriana Soberon

bottom of page