Mujeres que no saben amar
- asp3020
- 26 mar 2023
- 3 Min. de lectura

¿Qué le ocurre a muchas mujeres hoy, que parecen haber perdido la capacidad de abrir sus corazones a otras mujeres? ¿Qué nos ha llevado a relacionarnos superficialmente entre nosotras, a construir lazos frágiles y, en última instancia, a enseñar a nuestras hijas a hacer lo mismo?
Cada vez más, parece que muchas mujeres se encuentran atrapadas en un estado crónico de insatisfacción, buscando en sus relaciones con otras mujeres una relacion que en realidad nunca termina de llegar.
Son mujeres enajenadas de si mismas que en lugar de poder crear una comunidad de apoyo y de cercanía, se atraen por relaciones superfluas, en donde se juntan compulsivamente para mostrarse en su superficie, esforzándose en ocultar sus dolencias y vulnerabilidades.
No se que nos pasó, porque cada vez son más los grupos así. Es como si hubiéramos olvidado el camino hacia la comunidad auténtica, ese espacio evolutivo y de crecimiento en donde las mujeres de diferentes generaciones y vivencias se cuidaban, y acompañaban, sosteniéndose mutuamente, recargándose y nutriéndose de energía femenina, para que posteriormente cada mujer pudiera regresar a su familia para nutrir a los hijos.
Pero en su lugar, nos hemos invertido en una búsqueda incansable de conexiones que, aunque podrían satisfacer en apariencia y cantidad, terminan quedando cortas de saciar en lo profundo. Pues son relaciones que apenas y resuelven nuestra necesidad humana de cercanía.
Compulsivamente buscando cercanía superflua orientados en el afuera y no en el adentro sin realmente entender esto de raíz.
Relaciones que además son un reflejo de nuestra propia incapacidad para abrirnos al amor genuino.
Lo necesario en mi muy humilde opinión es la necesidad volver a construir una comunidad verdadera entre mujeres, es esencial que reconozcamos y honremos nuestra naturaleza amorosa y cooperativa. Las antiguas comunidades de mujeres comprendían el poder de reunirse para compartir sus vivencias, sus dolores y sus alegrías. No solo creaban lazos emocionales, sino que también establecían rituales y ritos de paso, donde el cuerpo, la emoción y el espíritu podían expresarse libremente. Estos espacios no solo servían para compartir, sino también para liberar la energía atrofiada en el cuerpo de cada una.
Las danzas comunitarias, los ritos de paso y los rituales de celebración eran mucho más que simples actos culturales; eran oportunidades para que cada mujer se descargara, liberara el peso acumulado en su interior y volviera a conectar con la suavidad de su corazón. Mediante estos movimientos compartidos, cada mujer podía liberar el dolor, las frustraciones y las tristezas de su vida. La comunidad proporcionaba ese espacio seguro, un "contenedor" de sanación donde la energía emocional se renovaba.
Hoy, sin estos espacios "mágicos," muchas mujeres se encuentran desconectadas unas de otras. Nos movemos en una sociedad que prioriza la competencia y la apariencia por encima de la conexión genuina. Así, aprendemos a ocultar nuestra vulnerabilidad y, peor aún, enseñamos a nuestras hijas a hacer lo mismo. Les mostramos, consciente o inconscientemente, que es preferible mantener una distancia, y evitar mostrar el corazón.
Esta desconexión nos lleva a interactuar de manera superficial, a no involucrarnos verdaderamente en la vida de las otras mujeres a nuestro alrededor.
Nos distanciamos emocionalmente incluso cuando estamos físicamente presentes, permaneciendo en un estado de alerta, protegiéndonos de la posibilidad de ser heridas o juzgadas. En lugar de apoyarnos mutuamente, quedamos atrapadas en la apariencia de comunidad, sin llegar a la profundidad y al apoyo real.
La solución está en reencontrarnos en espacios donde podamos expresar quiénes somos, sin reservas ni miedos. Espacios donde el diálogo con el corazón sea bienvenido y donde podamos liberar esa energía atorada, incluyendo la dolorosa, que a menudo no tuvo oportunidad de expresarse. La comunidad y el amor verdadero entre mujeres requieren una invitación abierta al movimiento del cuerpo, a las emociones y a los ritos compartidos, aquellos que invitan a liberar lo contenido y a retornar al centro, suaves y renovadas.
El amor y la comunidad entre mujeres empiezan en el reconocimiento de nuestra propia vulnerabilidad y en la disposición a abrirnos desde el corazón. Cuando abrazamos nuestra autenticidad, permitimos que otras hagan lo mismo, creando el tipo de comunidad que realmente puede sostener y transformar nuestras vidas y las de las generaciones que vienen.
Adriana Soberon P. ©️ Copyright. Todos los Derechos Reservados.




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