El hijo de mamá: cuando amar se vuelve una carga
- asp3020
- hace 1 día
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El hijo de mamá suele ser un hombre encantador.
Sensible.
Atento.
Intuitivo.
Tiene una habilidad especial para leer a las mujeres, para percibir lo que sienten antes de que lo digan, para llegar justo donde toca.
Le gusta platicar. Pensar. Filosofar. Se mueve con soltura en el mundo emocional y, muchas veces, se siente más cómodo entre mujeres que entre hombres. Le interesa estar enterado, saber qué pasa, conocer el drama, los hilos invisibles que conectan las historias. Ese flujo emocional se vuelve, sin saberlo, un alimento para el.
El hijo de mamá fue hecho responsable cuando todavía no le correspondía serlo. Responsable del ánimo de su madre.
De su estabilidad.
De su bienestar.
El problema es que cuando un niño carga a un adulto, algo se desordena por dentro.
Desde ahí nace una culpa silenciosa. Una culpa que no siempre tiene nombre, pero que está siempre presente en el.
Se culpa por lo que pasa.
Por lo que no pasa.
Por lo que otros sienten.
Carga con más de lo que es suyo.
Por eso el hijo de mamá tiende al exceso.
Exceso de entrega.
Exceso de disponibilidad.
Exceso de consumo.
A veces comida.
A veces alcohol.
A veces trabajo, relaciones, estímulos, conquistas.
No sabe dónde parar. No porque no tenga fuerza, sino porque nunca tuvo un límite claro que luego pudiera volverse interno.
En la pareja, sin darse cuenta, busca una madre.
Alguien que lo calme.
Que lo sostenga.
Que lo organice.
Que le quite la culpa que no sabe porque siente.
Y ninguna mujer puede ocupar ese lugar sin perderse.
Aquí aveces aparece el Don Juan.
Ese conquistador.
El que va por la mujer difícil.
La inaccesible.
La que ya pertenece a alguien.
No porque no haya otras opciones, sino porque la conquista le da una ilusión de fuerza. Una masculinidad que necesita ser probada una y otra vez.
Conquista.
Demuestra.
Fanfarronea.
Ya para cuando la mujer está disponible… algo se apaga.
Entonces necesita ir por otra.
Porque su mirada profunda no está en la mujer que tiene enfrente. Está, todavía, en su madre.
Don Juan no huye del compromiso.
Huye del lugar que no puede ocupar.
El hijo de mamá no puede sostener una relación de pareja entre iguales, porque entra a la relacion para cargar, no para compartir.
No sabe apoyarse.
No sabe descansar.
No sabe entregarse sin sentirse responsable.
Y cuando la relación pide presencia real, dirección, límite, el se agota.
Se sobrepasa. Y muchas veces se va.
No es falta de amor.
Es, en realidad una lealtad inconsciente a su madre.
Lo que al hijo de mamá le falta no es sensibilidad. Es padre.
Ojo: Padre como función.
Como límite.
Como realidad.
Tomar al padre no es endurecerse.
No es volverse frío.
No es perder profundidad.
Tomar al padre es tener fuerza.
La fuerza de adaptarse a la realidad tal como es, y no como nos hubiera gustado que fuera.
Es aceptar límites.
Sostener frustraciones.
Elegir quedarse.
Cuando el padre aparece internamente, la culpa baja.
El exceso deja de ser necesario.
El cuerpo descansa.
El hombre ya no necesita demostrar.
Ya no necesita conquistar para sentirse válido. Ya no busca una madre en su pareja.
Puede pararse como adulto frente a una mujer. Y sobretodo, amar sin cargar.
Nota personal
Lo que comparto aquí nace de mi propio camino y de lo que sigo aprendiendo al andar la vida. No busca reemplazar acompañamientos médicos, psicológicos ni terapéuticos, sino abrir un espacio de reflexión e inspiración.
Adriana Soberon P. ©️ Copyright. Todos los Derechos Reservados.




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