top of page

El refugio y la soledad

  • asp3020
  • hace 7 días
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 2 días


ree


Hay refugios que nacen sin que los busquemos.

Refugios que se vuelven tan nuestros, tan íntimos, que solo al nombrarlos sentimos una especie de alivio silencioso.


Son espacios internos donde el mundo externo deja de apretarnos y algo dentro respira más libre.

En mi caso, mi refugio es el mundo de las ideas: ese lugar donde puedo perderme por horas, donde las preguntas abren puertas y la lógica me acompaña como un amigo fiel.


Ahí el tiempo se distorsiona.

Ahí soy yo sin interrupciones.


En realidad, cada persona sabe, en silencio o dicho en voz alta, cuál es su refugio.


  • Hay quien se pierde en novelas y encuentra mundos donde nadie hiere.

  • Hay quien se refugia en el ejercicio, porque el cuerpo en movimiento ordena lo que el alma no alcanza todavía a nombrar.

  • Hay quien habita lo social como un salvavidas, saltando de plan en plan para evitar la quietud que asusta.

  • Hay quien habla para no sentir.

  • Quien se enoja para no llorar.

  • Quien se queja para no tocar aquello que duele.

  • Quien huye para no necesitar.

  • Quien racionaliza para no exponerse.


Y todos estos refugios, aunque distintos, comparten algo esencial: nos han sostenido.


Nos dieron estructura cuando la vida exigía demasiado.

Nos ofrecieron calma cuando el contacto dolía.

Nos permitieron respirar donde antes parecía no haber aire.

Nos hicieron compañía cuando no había quien la hiciera.


Por eso es importante reconocer la luz de cada refugio.


No son errores.

No son fallas.


Son arquitecturas internas que construimos para sobrevivir.

Hay sabiduría ahí.

Hay ingenio.

Hay sensibilidad protegida.


Pero llega un punto sutil, casi imperceptible, en el que el refugio empieza a convertirse en frontera. Un punto donde ya no nos sostiene, sino que nos separa.


Donde nos sirve tanto que dejamos de preguntarnos si aún lo necesitamos.


Donde el placer de estar ahí empieza a tener un costo: el mundo afuera sigue ocurriendo,los vínculos siguen llamando, y nosotras/os… seguimos adentro.


No se trata de destruir el refugio ni de forzarnos a salir de él.

Se trata de darnos cuenta. De ver qué parte nos cobija y qué parte nos encierra.


Y cuando lo miramos así, algo se aclara:no todos los refugios aíslan.


Algunos, si los usamos con conciencia, pueden convertirse en puntos de apoyo para vivir más profundamente en relación.


Porque un refugio también puede ser un espacio donde:

me afirmo,

me escucho,

me regreso a mí

para luego regresar al mundo.


Un refugio sano no te encierra:


Te afina.

Te ordena.

Te recuerda quién eres cuando afuera todo se dispersa.


Hay refugios que distraen, sí…pero también existen otros que ensanchan el interior, que te dan espacio para sentir sin desbordarte, que te preparan para volver al contacto desde un lugar más presente, más sensible, más real.


Ese tipo de refugio no es un escondite: es un suelo interno. Un pequeño santuario que sostiene para entrar a los vínculos con más verdad.


Porque relacionarnos no debería exigirnos desaparecer, sino habitar más plenamente lo que somos. Entonces el refugio deja de ser un cuarto cerradoy se convierte en un umbral:una transición suave entre mi mundo internoy el mundo con los otros.


Un refugio así no te aleja de la vida: te lleva hacia ella.


Te permite entrar en los vínculos sin perderte, sentir sin derrumbarte, abrirte sin traicionarte.


Tal vez no se trate de cerrar el refugio, sino de sentir cuándo el cuerpo necesita recogerse y cuándo puede permanecer afuera, disponible para el contacto.


La Papisa: el refugio que ve en la oscuridad


Cuando pienso en este movimiento interno, refugiarnos, protegernos, afirmarnos, aparece ante mí La Papisa del Tarot de Marsella.


La Papisa entiende el refugio.


Es su templo.

Su silencio.

Su mundo interior lleno de símbolos, intuición y memoria.


Ella se repliega no por miedo, sino por profundidad.

Sabe que hay verdades que solo germinan en la quietud.

Necesita ese espacio para sentir, para comprender, para escuchar lo sutil.


Pero también sabe que hay un riesgo:


Quedarse demasiado ahí.

Convertir la protección en distancia.

Confundir silencio con soledad.

Convertir el velo en muro.


La Papisa no quiere que abandones tu refugio. Solo te invita a abrirlo un poquito: lo suficiente para sentir, lo suficiente para dejarte ver, sin poner en riesgo tu mundo interno.


Un espacio que respira.

Un límite que no encierra.

Una puerta entreabierta que permite que algo del mundo entrey algo de ti salga al encuentro.

Ese gesto, mínimo pero valiente, es el inicio del contacto real.


Porque un refugio verdadero no es el que nos esconde, sino el que nos prepara para vivir, para relacionarnos desde un lugar más honesto, más presente, más nuestro.


Tal vez ahí, en ese pequeño umbral donde La Papisa deja entrever su mundo interno, comience el verdadero encuentro humano.



ree


Gracias por leerme


Nota personal


Estas palabras provienen de mi camino y de los saberes que sigo integrando.

No sustituyen la guía profesional, sino que ofrecen un espacio de pausa, reflexión y conexión contigo misma.


© 2025 Adriana Soberón


 
 
 

Comentarios


@COACHADRIANASOBERON

Suscríbete a la Newsletter de Adriana Soberón y recibe cada semana inspiración, reflexiones y herramientas para transitar cambios con claridad,  y conexión contigo mismo.

Gracias por ser parte de mi Comunidad

Subscribe tu e-mail para recibir  mis Artículos mas Recientes

  • Facebook

©2020 por Adriana Soberon

bottom of page