top of page

¿Estás habitando ese espacio donde lo viejo ya no vive… y lo nuevo aún no nace?

Actualizado: 29 jul

ree

Hay momentos en los que lo más sabio que podemos hacer… es retirarnos.


Dejar de sostener lo que ya pesa.

Dejar de explicar lo que nadie está preguntando.

Dejar de demostrar quiénes somos… incluso a nosotras mismas.


Porque hay nacimientos que no suceden en el cuerpo, sino en el alma.

Y para que esa nueva versión de ti pueda emerger, algo dentro debe morir primero.


Pero ese tránsito no es inmediato.

Antes de nacer de nuevo, pasamos por un territorio incierto.

Un espacio intermedio que cuesta nombrar.

Un limbo.


El limbo del latín limbus, “borde” es ese umbral en el que ya no somos quienes fuimos, pero aún no sabemos quiénes estamos siendo.


A mí me tomó tiempo reconocerlo.

Me resistí.

Me aferré a lo que conocía.

No quería soltar.

No quería perder.

No quería morir simbólicamente… aunque algo en mí ya estaba muriendo.


Y cuando por fin dejé de pelear, todo cambió.


No fue inmediato, ni glorioso. Fue un renacer silencioso. Una especie de regreso… pero sin saber todavía quién estaba volviendo.


Mis certezas se desmoronaron.

Las metas que antes me inspiraban perdieron sentido.

Me sentía extraña en mis espacios, ajena a mí misma.

Como si hubiese salido de una casa que ya no era mía, pero aún no tuviera las llaves de la nueva.


Ese fue mi limbo. Un espacio confuso, fértil, incómodo… pero profundamente transformador.


Y si hay algo que aprendí es que, para atravesar ese umbral, no basta con resistir o “entender”. Se necesita presencia encarnada. Volver al cuerpo. Sostenerse desde dentro.


Habitarse.


Claro que no es fácil. Porque justo ahí aparece el tirano interior: la voz que juzga, que exige, que compara. La que dice: “esto no es normal”, “ya deberías haber salido de aquí”.


Esa voz me impedía quedarme en el proceso. Me urgía volver a estar bien, sin ver que lo que necesitaba era quedarme en ese no-lugar… para integrar lo que estaba naciendo.


Hasta que un día me rendí.


Me dije: estoy perdida. Y lloré por todo lo que ya no era. Por todo lo que no sabía soltar. Por todo lo que no entendía.


Y en ese llanto, algo se aflojó.


Fue ahí cuando apareció el permiso verdadero: el de no estar disponible. El de cuidarme sin prisa. El de desaparecer un rato… para poder re-emergir con raíces más profundas.


Como un recién nacido, me ofrecí tiempo y contención. Protección frente a estímulos innecesarios. Espacio para madurar lo nuevo, sin apurar su forma.



Sobre este texto:


Este escrito surge de una vivencia íntima. Encontrarle sentido a lo que atravieso es parte de mi forma de habitar el mundo. Escribo para comprenderme, integrar lo vivido y dar forma a esos procesos invisibles que nos transforman desde dentro.


Comparto estas palabras con la intención de abrir una reflexión sobre ese territorio incierto que a veces habitamos el limbo del alma, cuando lo viejo ya no nos sostiene y lo nuevo aún no tiene forma. Un espacio incómodo, pero fértil…donde, si nos damos permiso de permanecer, puede comenzar un verdadero renacer.


Nota final: Este contenido no sustituye apoyo profesional. Si estás atravesando un momento difícil, buscar ayuda especializada en salud mental puede hacer una gran diferencia.


Adriana Soberon P.

Coach de transiciones, consteladora y facilitadora de procesos de integración cuerpo-emoción.

© Adriana Soberon P. — Todos los derechos reservados.

 
 
 

Comentarios


@COACHADRIANASOBERON

Suscríbete a la Newsletter de Adriana Soberón y recibe cada semana inspiración, reflexiones y herramientas para transitar cambios con claridad,  y conexión contigo mismo.

Gracias por ser parte de mi Comunidad

Subscribe tu e-mail para recibir  mis Artículos mas Recientes

  • Facebook

©2020 por Adriana Soberon

bottom of page