top of page

¿Por qué ya no te ríes como antes?

Actualizado: 19 abr


Una historia sobre el cuerpo, la risa… y lo que aún vive en nosotros
Una historia sobre el cuerpo, la risa… y lo que aún vive en nosotros


Hay cosas que uno no se explica… hasta que el cuerpo habla.


Durante años me pregunté por qué algunas personas simplemente no podían reírse. No me refiero a una sonrisa amable, ni a una risa educada. Me refiero a esa carcajada que irrumpe sin pedir permiso. La que desarma, sacude, limpia. La que parece nacer desde lo más profundo, como un río que rompe una represa.


“Está amargado”, decimos a veces. Como si fuera una decisión no reír. Como si bastara con contar un buen chiste para arrancarle una carcajada a alguien. Pero no. La risa no se fuerza. Y mucho menos, se ordena.


Con los años entendí algo que me cambió la forma de mirar al otro: a veces, quien no ríe… no es que no quiera. Es que no puede. Porque hay cuerpos que están tan tensos, tan contraídos por dentro, que no les queda espacio ni para soltar el aire con gusto. Cuerpos que han tenido que sostener tanto… que ya no se permiten aflojar.


La Bioenergética lo explica mejor que yo: cuando hay tensión muscular crónica —cuando el cuerpo aprendió a contener, a apretar, a endurecerse para sobrevivir—, también se bloquea la risa. Porque la risa es involuntaria. Y para que algo involuntario ocurra… hace falta rendirse.


Rendirse. Qué palabra tan malentendida. Rendirse no es perder. Es dejar de pelear con uno mismo.


Yo me rendía a la risa con mi mejor amiga de la adolescencia. Éramos dos almas raras, sensibles, intensas. No encajábamos del todo, y tampoco queríamos. Lo que sí hacíamos era reírnos. Mucho. Y no con cualquiera: con nosotras mismas. Con nuestras observaciones sobre el mundo. Con lo absurdo de las normas, los personajes, los adultos que actuaban como si sabían algo que nosotras intuíamos que no sabían.


Nos reíamos del miedo. Del deber ser. Del “no puedes”. Del “así tiene que ser”. Y sin saberlo, nos estábamos salvando.


Porque esa risa nos devolvía al cuerpo. Nos recordaba que seguíamos vivas. Que debajo de toda esa exigencia por encajar, seguía habiendo algo auténtico latiendo.


No sabíamos de trauma. No hablábamos de emociones atrapadas ni de energía estancada. Pero sí sabíamos que después de reír juntas, algo dolía menos.


Después, con el tiempo, empecé a entender. Que esa risa no era solo diversión. Era medicina. Era una forma de liberar lo que aún no sabíamos nombrar. La tristeza. La frustración. La soledad. Lo que dolía, pero aún no teníamos permiso para sentir.

Y entonces supe que el humor podía ser dos cosas: una vía de escape… o una vía de acceso.


Cuando se usa para evitar, es un disfraz. Pero cuando se permite con conciencia, es una llave. Una que abre el cuerpo. Que desbloquea. Que afloja.


He visto muchas veces cómo, en una sesión corporal, alguien comienza a temblar, a respirar más hondo… y de pronto, sin explicación, se ríe. Y no es por algo gracioso. Es el cuerpo soltando. Es la energía, finalmente, fluyendo.


Por eso hoy no me pregunto solo si alguien ríe. Me pregunto qué necesita liberar para poder hacerlo.


Y te lo pregunto a ti también:


📍 ¿Cuándo fue la última vez que te reíste de verdad, sin control, sin pensar?

📍 ¿Qué parte de ti se libera cuando dejas de contenerte?

📍 ¿Usas el humor para esconderte… o para encontrarte?


Quizás, como a mí, la adolescencia te dejó pistas. Pistas que no se ven, pero se sienten. Pistas que aún viven en tu cuerpo. Esperando… que sueltes el control. Y rías.










Comentários


@COACHADRIANASOBERON

Suscríbete a la Newsletter de Adriana Soberón y recibe cada semana inspiración, reflexiones y herramientas para transitar cambios con claridad,  y conexión contigo mismo.

Gracias por ser parte de mi Comunidad

Subscribe tu e-mail para recibir  mis Artículos mas Recientes

  • Facebook

©2020 por Adriana Soberon

bottom of page