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¿Por qué incomoda que una mujer se vea bien?

  • asp3020
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 10 horas




Hace unos días estaba en un café con una amiga.


De esas mujeres que siempre visten con estilo. Bien puesta, auténtica. Se nota que su manera de vestir nace desde adentro: del cuidado, del gusto por estar viva.


En medio de la conversación, me compartió algo que la tenía removida. Había ido a una de esas clases de desarrollo personal, y la facilitadora lanzó una afirmación tajante: que las mujeres que se arreglan mucho o usan marcas lo hacen para esconder una inseguridad, una falta de autenticidad. Como si lo estético fuera una máscara.


Una mentira.


Y ahí me confrontó.


Porque aunque quería darle la razón a mi amiga, también recordé que yo, en otro tiempo, pensaba igual que esa facilitadora.


Hoy reconozco que esa mirada también es un extremo.


He tenido la fortuna de haber transitado por los dos lados.


Yo también usé esa máscara. Durante un tiempo, vestirme bien fue mi escudo. Una forma de sentirme fuerte cuando por dentro todo temblaba. Pero esa imagen no duró. Y cuando se rompió… me fui al otro extremo.


Dejé de arreglarme.

Solté todo.


Cambié bolsos por mochilas, tacones por zapatillas. Me sumergí en mi mundo interno. A sanar, a encontrarme, a entenderme.


Y fue una etapa necesaria. Una joya, aunque incómoda. Una experiencia valiente.


Porque admiro profundamente a quienes se atreven a soltar lo que alguna vez les daba seguridad. Porque no es fácil.


Es incómodo.

Es revelador ...


Es como lo que hacen algunos artistas —como mi hermano—:

que se visten distinto, que se alejan de lo establecido,

que no buscan encajar, sino explorarse.

Y desde ese lugar… crean.


Desde lo distinto, desde lo incómodo, desde lo verdadero.

Y esa diferencia se vuelve fuente, obra, voz.


Pero también vi cómo, en mi caso, ese proceso de introspección se volvió otro extremo:


el del aislamiento,

el del descuido,

el de justificar el abandono con la búsqueda interior.


Y desde ahí, empecé a mirar justo como lo hacía esa facilitadora: con desdén hacia quienes se arreglaban.


Las vi como superficiales. Como si el cuidado externo fuera incompatible con la profundidad. Como si lo verdadero solo habitara en lo austero.


No me daba cuenta de que, al hacer eso, también estaba negando una parte de mí.


Una parte que sigue viva.

Una parte que también merece expresarse.


Sí, estaba conectada conmigo… pero desconectada del mundo.


Me había olvidado de que también es válido cuidarme.


Mirarme.

Jugar con mi estilo.

Disfrutar lo que me gusta.


Me había olvidado de mi cuerpo, de mi cara, de mi pelo.

Del gozo que existe en verme bien.

De lo placentero que puede ser.

De que el cuerpo también merece ser habitado con gozo, no solo con conciencia.

De que vestirme con gusto también es una forma de sentir placer.

De tocarme con cariño, nutrirme, sentirme… también es parte del camino hacia adentro.


Y entonces vuelvo a la pregunta:


¿Por qué incomoda que una mujer se vea bien?


  • ¿Será porque nos confronta con la libertad de quien ya no pide permiso para habitarse?

  • ¿Será porque nos enseñaron que lo profundo es opaco, y que el brillo distrae?

  • ¿O porque nos duele ver a alguien mostrarse sin culpa, cuando a nosotras aún nos cuesta?


Hoy entiendo que no se trata de elegir entre una cosa o la otra.


Puedo ser interna y externa.

Profunda y estética.

Silenciosa y expresiva.


Arreglarme no significa que soy insegura.

Y no arreglarme no me hace más auténtica.


Todo depende del lugar interno desde donde lo hago.


Hoy, cuidar mi imagen también es un acto de amor.


Una forma de estar presente.


Una manera de decir: “Estoy aquí. Y me importa estar aquí.”


Porque mostrarme también es lenguaje. Y yo ya no necesito esconderme para sentirme profunda.


Hoy me permito integrar.

Puedo ser ambas. Y en ese centro… hay libertad.


Esa amiga, con su forma de habitarse, me recordó algo que había olvidado: que el estilo o el verse bien no está peleado con la profundidad.


Que el cuidado externo, cuando nace del amor propio, también puede ser una oración. Una forma de decirse al mundo… sin tener que explicarse.


© Adriana Soberón P. – Life Transitions, Family Constellations & Core Energetics


 
 
 

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