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Recupera tu lugar: de madre, no de hija

  • asp3020
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Para ti, mamá, que a veces notas que tus hijos marcan el paso y tú solo sigues…


Que, de un segundo al otro, pierdes tu alfa y los dejas decidir, darte órdenes, tomar el mando… No porque no quieras ser buena mamá, sino porque, sin darte cuenta, entras en un lugar interior que muy en el fondo... conoces muy bien.


¿Y cuál es ese lugar?


Es ese lugar aprendido en tu infancia, frente al conflicto: donde te hacías pequeña para no incomodar, escuchabas más de lo que hablabas, leías la cara y el ánimo de los demás antes que el tuyo propio, sostenías… cuando lo que más necesitabas era que te sostuvieran a ti.


Hoy, sin querer, tus hijos activan ese mismo lugar.


Ese patrón antiguo que ante el conflicto te lleva a preferir:


cederles el mando,

a seguir su ritmo,

a permitir que te orquesten…


Y no solo en lo que se ve: decisiones, órdenes, liderazgo en lo práctico sino también en lo invisible: el mando psicológico y emocional.


Ese que ocurre cuando desde su sensibilidad de niños:


Leen tu estado de ánimo y adaptan su comportamiento para regularte.

Cuando modulan lo que dicen o hacen para evitar tu enojo o tristeza.

Cuando usan sus reacciones para influir en las tuyas:llorar prolongadamente para que cedas, guardar silencio como castigo, usar la culpa como moneda de cambio, o el enojo como forma de control.


A veces no dicen nada, pero ocupan el centro emocional de la casa: tú te mueves en función de cómo están, tus decisiones dependen de su aprobación o reacción, tu energía se ajusta a su humor.


No siempre lo hacen de manera consciente, pero sí desde ese amor ciego que los empuja a llenar un vacío. Y en ese lugar, sin saberlo, terminan sosteniendo a quien debería sostenerlos.


Sé que nadie te mostró cómo ocupar el lugar de madre, porque tu propia madre estaba ocupando el lugar de tu abuela. Y así, generación tras generación, el orden se fue torciendo, dejando vacíos que las hijas llenaban antes de tiempo. Es difícil sostenerse firme cuando vienes de una cadena donde las niñas cargaban con responsabilidades que no les correspondían.


Pero mira todo lo que has recorrido:l

os años vividos,

el trabajo interior que has hecho,

la valentía de mirarte incluso en lo más incómodo, solo por amor a la vida.


Porque esa parte de ti que se pone abajo cuando se siente impotente… hoy es solo un hábito. Y un hábito se puede transformar.


Hoy tienes la capacidad de elegir.


De colocarte en tu verdadero lugar: ese donde te ocupas de ti, te maternas, te validas, te abrazas en silencio cuando nadie más lo hace. Esa parte tuya que ya sabe sostenerte para poder sostener.


Habitar tu fuerza es ocupar espacio.


Es mantenerte de pie, aquí y ahora, como madre.


Es reconocer la dignidad de ese lugar, donde se te pide ser firme, estar a cargo, ser fuerte.


La que, aun cansada, sabe que está siendo mirada todo el tiempo.

La que entiende que los hijos aman desde el amor ciego y que, si se lo permites, intentarán hacerse cargo de ti.

La que sabe que su sola forma de estar ya está dejando un modelo para toda la descendencia.


Porque cuando eliges permanecer firme, inspiras a tus hijos a aprender la base más segura para su madurez: sentir que es seguro depender.


Y aquí hay algo profundo para ti: cuanto más ocupas ese lugar, más crece tu niña interior.


Es como si cada vez que decides quedarte ahí, ella también se pusiera de pie: más segura, más vista, más libre. Y sí… es solo cuestión de elegir.


Recuperar el buen lugar de madre no es imponerte.

Es encarnarlo.

Es mirar a tus hijos y, con tu sola presencia, transmitirles: puedes soltar, yo sostengo.


Cada vez que permaneces ahí, la niña que fuiste respira un poco más libre.

Cada vez que marcas el paso con firmeza y ternura, reparas algo que por generaciones estuvo al revés.


Así que despierta.

Ya no eres esa niña que cedía su lugar.


Eso es solo un hábito, una vieja costumbre.

Eres la mujer que lo recupera.

Que lo habita.

Que lo honra.

Porque cuando ocupas tu buen lugar de madre, tus hijos pueden descansar en el suyo.


Y en ese descanso sueltan los pesos que nunca les correspondieron: el de cuidarte, el de leerte antes que a ellos mismos, el de sostenerte para sentirse seguros.


Desde ahí, el amor fluye de nuevo en la dirección correcta:

de arriba hacia abajo,

de la madre al hijo,

fluyendo como debe ser.

 
 
 

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@COACHADRIANASOBERON

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